
Ah, vivir en pareja… Es lo que deseamos cuando estamos enamorados, ¿cierto?
Comenzamos a salir, pololeamos, y si el asunto va muy en serio, nos comprometemos y casamos. Es el momento en el que vivimos en nuestra pequeña nube, con el cielo pintado de colores y con música de fondo.
Y aunque no necesariamente ocurre de esa manera, ni se llega obligatoriamente al matrimonio, tenemos que decírtelo: ajústate el cinturón y pon tu asiento en posición vertical, porque llegó el momento de aterrizar.
Independiente, pero de verdad
Vamos a partir del hecho de que tomaste la decisión de vivir en pareja porque tienes los medios económicos para sostenerte.
Si te vas de la casa de tus padres, es de suponer que debes contar con tus propios ingresos, sea como empleado o como trabajador independiente. No pretenderás seguir viviendo del dinero del hogar materno.
Independizarse realmente del nido es asumir las responsabilidades propias de tu nuevo hogar. Nadie, excepto tú y tu pareja, es responsable de pagar tus cuentas.
Mientras más lejos, mejor
Sí, conseguir una propiedad para arrendar en Chile (especialmente en Santiago) con la ubicación que buscamos, que nos guste, y que además podamos pagar, por lo general no son cosas que se ponen de acuerdo.
Pero este punto es trascendental: si está dentro de tus posibilidades, mueve cielo y tierra para vivir en tu propio espacio, por más chico (y no tan ideal) que sea.
Independizarse realmente del nido es asumir las responsabilidades propias de tu nuevo hogar. Nadie, excepto tú y tu pareja, es responsable de pagar tus cuentas.
Quedarse bajo el mismo techo materno, y aunque se trate de una especie de departamento interior, por lo general trae tensiones familiares. Debes internalizar que tú y la persona con la que decidiste vivir ya son otra familia, con una nueva “cultura” que resulta de la fusión de costumbres de una y otra parte.
Por eso, entre más lejos de tu hogar materno (o el de tu pareja), mejor.
Resuélvelos en casa
Este es el error en el que caen algunas parejas.
La convivencia no es fácil. Los primeros meses son idílicos: todo es lindo, nada molesta, y si alguno por casualidad ronca, eso suena a cantos de coros angelicales. Es la luna de miel prolongada.
Debes internalizar que tú y la persona con la que decidiste vivir ya son otra familia, con una nueva “cultura” que resulta de la fusión de costumbres de una y otra parte.
No decimos que vivir en pareja sea malo; al contrario, es una experiencia muy bonita, y para la cual el ser humano fue creado, pero con el tiempo las tensiones propias de la convivencia van apareciendo, desde una trivial discusión por la cantidad de sal en la comida, hasta más complejas como, por ejemplo, el manejo del dinero.
La recomendación clave aquí es no salir corriendo a contarle a mamá lo que pasa en casa.
Con la excepción de situaciones graves, como las de violencia intrafamiliar, por citar tan sólo un caso muy serio que no debe ignorarse, los conflictos cotidianos tienen que resolverse en casa. No hay razón para que estos problemas trasciendan los muros del nuevo hogar.
Asumir que ya tomaste el camino de la independencia y, además, deseas vivir en pareja, es fundamental para evitar malos entendidos entre la familia y rupturas.
¿Qué otras sugerencias aportarías tú?
*Redacción: Moisés G. Hernández
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