El término pesimismo proviene del latín pessimum: “lo peor”, y describe una doctrina filosófica que sostiene que vivimos en el peor de los mundos posibles. Más allá de la etimología y su definición filosófica, veamos cómo afecta el diario vivir.

Es frecuente toparse con personas instaladas en la amargura, la tristeza y el desinterés. La pregunta que surge ante estas actitudes es: ¿son el resultado de una acumulación de disgustos, mala suerte, decepciones, desengaños y fracasos? O ¿es una opción elegida, una posición ante uno mismo y ante los demás?

Cualquiera de nosotros tiene motivos, casi a diario, para preocuparse o entristecerse. Pero existen personas que parecen empeñadas en encontrar el lado negativo de todo lo que acontece a su alrededor, son pesimistas tenaces. Lo peor es que quienes se empeñan en ver el lado negativo de las cosas, además de convertirse en personas infelices, tienen la penosa virtud de amargar la vida de quienes están a su alrededor. Las víctimas son especialmente los niños, los jóvenes, o quienes dependen emocionalmente de este tipo de personas siempre insatisfechas.

Cuando nuestra predisposición es negativa y pesimista, los momentos dichosos se filtran en exceso. Se los percibe con desconfianza y reserva. En consecuencia, dará igual cómo a uno le vayan las cosas realmente, porque no es capaz de disfrutarlas.

Los pesimistas son habitualmente personas afligidas, consternadas. Tratan de captar la energía y atención ajenas, asumiendo roles como los que se describen seguidamente:

Perseguidores. Hacen de malos, interrogan y son percibidos como listos que lo saben todo; castigan o humillan a quienes creen que se equivocan.

– Salvadores. Buscan que le reconozcan su rol bondadoso. Por eso pasan constantemente facturas sobre cuanto hacen por los demás.

Víctimas. Su forma de supervivencia y comunicación es dar lástima a los demás. Captan la atención mediante la exhibición de su sufrimiento.

Si bien es cierto que todos podemos asumir estos roles ocasionalmente, lo pernicioso para nuestra salud emocional y la de los que nos rodean es que sea un hecho habitual. Paul Watzlawick, en su libro “El arte de amargarse la vida”, ayuda a reconocer el estilo personal de reacción frente a determinadas situaciones. Brinda excelentes pautas para reflexionar sobre los procedimientos por los que una persona va construyéndose una vida desdichada. Watzlawick, recurriendo a la ironía, nos enfrenta con mecanismos voluntarios que van consolidando la infelicidad. El autor, sabedor de la naturaleza contradictoria y paradójica del ser humano, en lugar de facilitar consejos para alcanzar la felicidad prefiere divulgar fórmulas para lograr vivir anclados en la desgracia. Naturalmente, el propósito es que el lector se percate del error y reaccione de manera contraria a la que proponen estos consejos.

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